EL ÁTICO Por: Verónica Oviedo Buendía
No pretendo justificarme, buscar el perdón de Dios o eximir mis culpas al contarles esta historia. Solo intento aclarar los pensamientos que aparecen desordenados en mi mente cada vez que repaso la manera en la que todo sucedió.
Aquella madrugada lo emparedé en el ático. Este, revestido de material poco resistente, parecía estar construido para tal fin. Removí varios bloques de ladrillo con una estaca y los saqué de sus hileras para apoyar en el interior de la pared de su cuerpo inerte. Volví los bloques a sus filas y rellené con yeso espacios inimaginables a fin de cubrir cuidadosamente el nuevo muro de manera que nadie pudiera sospechar lo que ocultaba. Un sudor viscoso emanaba de todas las coyunturas de mi cuerpo embriagado de adrenalina. Recogí todos los escombros, limpié hasta la última gota de sangre, miré de frente la pared que, ante mis ojos, se había convertido en la tumba del hombre que un día amé y salí del ático como si nunca, como si nada, como si nadie.
Manuel era un hombre alto y fornido, su pálida piel forraba estrechamente los músculos de todo su cuerpo, su barba poblada cubría la mitad de su rostro y eso lejos de incomodarme, me hacía desearlo en la intimidad. Nos conocimos en la posada del pueblo, una tarde de mayo sus ojos oscuros se fijaron en los míos y desde entonces no pude dejar de pensar en él. Días después, me apareció en el portal de la tienda en la que yo trabajé y, sin más, me invitó a un café. Acepté y no tardé en sucumbir a sus encantos. Me enamoré como una niña, ingenua e inocente.
Tan embelesada estaba que, al poco tiempo de habernos conocido y pese a las ideas conservadoras que mi madre me había inculcado antes de morir, me mudé con él a una vieja casa situada en el centro de la ciudad. Más tarde nos casaríamos, lo importante era empezar, cuanto antes, nuestra vida juntos.
Fuimos felices por un tiempo, no lo niego; sin embargo, de pronto él empezó a beber en exceso y mi vida cambió. Llegaba de la posada borracho hasta el tuétano. De pie, frente a la puerta de la habitación, vociferaba palabras soeces y con cualquier pretexto me propinaba golpes por doquier. Al siguiente día, se levantó arrepentido, me pidió perdón y me juraba de rodillas que aquello no volvería a suceder nunca más, pero en un abrir y cerrar de ojos la historia se repetía. Llegaba borracho otra vez, forcejeaba conmigo para entrar a la habitación, rompía todo lo que encontraba a su paso y luego me golpeaba con saña.
Una madrugada, llena de moretones y harta de la miserable vida que llevaba, abandonólo. Puse en una maleta toda mi ropa y en el bolsillo de mi abrigo unos pocos centavos que había ahorrado en secreto. Al salir, Manuel me detuvo estampando de un puñetazo la puerta contra la pared. Violento, bloqueo mi paso a empujones. Caí de rodillas sobre el piso, me tomó por el cabello y me arrastró hasta la cocina. Una vez ahí, tomó uno de los cuchillos de la repisa y lo empinó para clavármelo sin piedad. “De aquí no te largas hija de puta”, repetía incesante. Vi el furor con el que palpitaban las venas de su frente y tuve pavor.En ese instante, como si el diablo le hubiera traicionado con una mala jugada, el cuchillo resbaló de sus manos y yo lo recogí.Sin pensar dos veces, a quemarropa, le apuñalé: primero en las ingles y luego en el abdomen. Sentía como el acero, inclemente, penetraba su carne, agotando poco a poco las fuerzas con las que me sujetaba. No tardó en desvanecerse sobre los baldosines blancos, un charco de sangre se formó bajo su cuerpo inmóvil.
Por unos segundos, permaneció casi sin aliento con la mirada ausente mientras su vida se iba lentamente. Pensé en huir, pero supuse que la policía me buscaría hasta encontrarme. Entonces me senté a su lado y tras meditarlo bien, decidí refundir el cadáver, sin testigos, adentro de nuestra propia casa.
Veinte y dos días pasaron antes de que un olor nauseabundo empezara a emanar de la pared del ático, un tufo a carne descompuesta alarmó a los vecinos, quienes extrañados, murmuraban sobre el grito de aquella madrugada y la misteriosa desaparición de Manuel.
Yo por mi parte, perdí la poca calma que me quedó, no pude dormir. Cerraba los ojos y cuando al fin, evocando días menos desdichados, lograba aletargarme, lo veía plantado frente a mí cama, extendiendo sus manos para alcanzarme.
Días más tarde, uno de los vecinos o quizás el espíritu vengativo de Manuel, alertó a la policía. Dos oficiales uniformados allanaron la casa en busca de alguna pista. “Se fue, discutimos y desde entonces no ha regresado”, afirmó con la voz entrecortada, mientras mis piernas temblaban y el mismo sudor viscoso mojaba todas las comisuras de mi cuerpo una vez más. Los dos alguaciles y yo subimos al ático, ellos insistieron en revisar hasta el último rincón. ¡El olor era insoportable!
Cuando al fin hubo un punto de abandonar el ático, determinando que el hedor correspondía a algún animal muerto bajo el entablado, uno de ellos notó una mancha fresca en la pared principal. “Hay algo aquí”, dijo y, con un chasquido de dedos, dio al otro la orden para que la aleara con la estaca que yo había utilizado días atrás. Un trozo de muro se desmoronó con el primer golpazo, dejando al descubierto el diseño de la camisa maltrecha que cubría el cuerpo putrefacto de Manuel.
Esa tarde me arrestaron y me condujeron a la cárcel. Tres meses después fui sentenciada a cadena perpetua.
Aquí estoy desde entonces, pagando el crimen que cometí, contando los barrotes que ciñen la ventana de mi celda y confinada a estas cuatro paredes por el resto de mi vida; sin embargo, por más extraño que parezca y aunque resulte difícil de creer, hace mucho tiempo que no me sentí así…tan libre como me siento ahora.
Verónica
Muchas gracias por sus amables comentarios a todos los queridos lectores! 🙏❤️
Anónimo
Una narración cautivadora…
Verónica
Muchas gracias! 🙏
Verónica
Gracias ❤️
Anónimo
Un relato que cuenta la realidad de miles de mujeres, que viven un infierno tras una aparente pero falsa libertad, poner estos temas sobre la mesa en cualquier formato siempre aportará, sería muy interesante una continuación.
Verónica
Maravilloso comentario! Gracias ❤️
Sonia Criollo
Excelente forma de narrar realidades de las que muchas veces somos ajenos. Presentar la narración en primera persona nos permite inmiscuirnos en un papel sumiso, pero a la vez furioso y arriesgado.
Realidades quizá lejanas, quizá muy cercanas, en una narración cautivadora.
Verónica
Mil gracias 🙏
Anónimo
Ta posi
Jorge Esteban Verdugo Jarrín
Una historia llena de suspenso y venganza, muy interesante, felicitaciones a la autora.
Verónica
Muchas gracias Jorge! Un abrazo!!
Isabel Valverde
Felicitaciones a la escritora, me mantuvo interesada de principio a fin, me estremeció por completo la historia, gracias por compartir!
Gabriela Moyano Vasquez
Aunque la historia lleva consigo una cruel realidad, me ha gustado mucho la forma de contarla y al final me ha dejado pensando en la tristeza y dolor de la protagonista.
Gracias por compartir!!!
Karina López
Un texto que exalta la importancia de la libertad, pero que trae consigo uva historia que quizá esté pasando todos los días con realidades que se dan en el interior de los hogares.
Felicitaciones, me gusta.
María dolores Arteaga
Hermoso relato, muy bien direccionado, palabras claras, me han conducido hasta el final para leer cada palabra, cada frase y empaparme de un realidad que se vive en muchos hogares. Dónde todo nace en el amor y termina con un vicio, violencia, supervivencia. Muy bonito el escrito
Rosi Abad
Gracias por dejarnos reflexionar por medio de esta historia que muchas veces la
Tolerancia y el miedo hacen que sigamos viviendo lo
Invivible …..el amor verdadero se basa en promesas nunca cumplidas ?
Pablo Pazmiño
Que interesante el fondo y forma del relato.
Conmovedor e intrigante
Me encantó además la calidad del podcast, impecable.
Gracias por compartir.
Anónimo
La manera en que Verónica te conduce a través de este relato , te permite conectar con la protagonista, con su ilusión , con su desesperación , sus miedos y hasta con su sentido de libertad .
Al final solo me puso a pensar … si no era el , hubiese sido ella .
Verónica
Gracias, por leer mi relato estimado Pablo!
Un abrazo!
Mercedes
He disfrutado y me he conmovido con este relato de principio a fin, la violencia intrafamiliar y la libertad en una celda. Gracias Verónica por tu generosidad de sumarte a este proyecto, espero tener la oportunidad de seguirte leyendo.
Verónica
Muchas gracias por leerme, querida Mercedes! Seguro seguiré escribiendo y compartiendo mis relatos. Un abrazo!