Anunciando soledad eterna, aquella casa llamó mi atención, aquel umbral tenía de astral un poco, y de conocido otro. En una fugaz memoria, me vi acorralada en sentimientos que no sabía que podía sentir, entre ellos un ajeno casi déjà vu. Me acerqué tambaleante con la costumbre en el bolsillo, levanté la mano para abrir la puerta, mis ojos se detuvieron irreverentes en la manija de aquella entrada y sonreí al reflejo de esta en un remolino de absorción, en el que la vislumbre de lo que yo ahora era me hizo temblar… de nuevo. La casa era tan mía cuando entré, que cuando la mujer llegó, activó átomos que me componían (si es que eran átomos) y me obligaron a ocultarme. La veía dormir en un arrogante destello de luna, mientras sus lunares impregnaban mi existencia como un mapa de a dónde quería llegar. Estaba ella tan presa de la rutina de cada día, que mi llegada alteró el esquema acendrado que constituía su vida; sentí que mi presencia la perturbaba y silenciosamente luchaba por huir de mí, pero cuando menos lo pensaba…mos, terminamos en una batalla de no querer ser una, ni llegar a un solo eternalismo. Pasamos a alejarnos constantemente, pero una atracción fuera de centro nos unía siempre, por más que luchemos por perder; incluso llegó el instante muerto en el que todo o algo, quizá el oscuro deseo de más, me empujaba a seguirla por ese pasillo oscuro; donde con mano firme, un cuchillo en mano se clavó profundo, hiriendo la piel y rasgando el alma, con la sangre roja definiendo el fin del duelo, rompiendo la epifanía, de un tango de dos. Ahora era tan solo yo, ¿o ya no era nadie?
“Game over”
Se alejó en calma del pequeño Arcade de la ciudad.