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LA CONVENIENCIA DE MENTIR / Mercedes Jarrín Molina.

LA CONVENIENCIA DE MENTIR / Mercedes Jarrín Molina.

Jacinto tiene 18 años. Ayer, cuando sopló las velas pidió el mismo deseo de cada año, el mismo desde que se dio cuenta que tenía un “don”, que lo único que le ocasionaba era malos ratos. El deseaba no poder oler cuando las personas mienten.  Jacinto se dio cuenta de esto cuando apenas tenía 5 años y le pasó tremendo accidente en su buseta de regreso a casa: no pudo aguantarse las ganas y, claro, se hizo encima.  Al llegar a casa estaba todo asustado, avergonzado y su madre al recibirlo y darse cuenta del percance le dijo:

Tranquilo, mi amor, no pasa nada.

¡No pasa nada! ¡Pasa todo! Tanto así que hasta el día de hoy recuerda el momento cuando su maestra lo bajaba de la buseta y en el trayecto del camino del corredor sentía como puñales todas las miradas de sus compañeritos, todos se reían y se tapaban la nariz.

¡No pasa nada! Olfateó con claridad que su madre le estaba mintiendo y si su adorada madre le mentía, ¿qué podía esperar del resto?

Jacinto se daba cuenta de que conforme los años transcurrían sus huesos se alargaban, el pelo le salía en partes inusitadas, su olfato se volvía más agudo, y es que ninguna mentira se le escapaba, por más que trataban de esconderlas.

Su mejor amigo, Carlos, rompió con Raquel, su novia de toda la vida, toda la vida es un decir, seis meses para jóvenes de 16 años es una eternidad, y al confesarle el rompimiento le dijo:

No me importa que Raquel salga con Pedro, total, Pedro ya no es mi mejor amigo, solo eres tú mi verdadero amigo, en serio loco, la Raquel ya no me importa.

Y ahí comenzaba de nuevo ese olor que no lo dejaba en paz, la mentira estaba en el aire y solo él la podía reconocer y en este caso era doble, por un lado Carlos estaba perdidamente enamorado de Raquel y por otro le dolía terriblemente que ahora saliera con su “mejor amigo”.

En la vida adulta las cosas cambiaron de castaño a oscuro; y el olfato de mentiras tenía experiencia suficiente como para no dejarlo vivir en paz:

 

 

El pan que le vendo no le engorda joven.

Mentira.

Eres un empleado muy capaz, por eso te escojo a que te quedes en doble turno este feriado.

Mentira.

Nadie me había besado como tú.

Mentira.

Ese color te queda perfecto, combina con tu sonrisa.

Mentira.

No eres tú, soy yo, necesito tiempo.

Mentira.

Sin ti no puedo vivir.

Mentira.

Esta es la última vez que bebo tanto.

Mentira.

Lo dije sin pensar.

Mentira.

Mentiras, mentiras y más mentiras, su olfato no se equivocaba nunca y estaba ya cansado de saber que las personas mientan tanto y sobre todo con tanta facilidad. No le encontraba el sentido, mientras todo el resto sí. Estaba claro que Jacinto no podía arriesgarse, él no se atrevía a mentir por el simple hecho de que pudiera haber otro igual a él y olfateara su mentira, moriría de la vergüenza; por tanto, nunca mentía, seguramente por eso era un tanto excluido del grupo, pues había escenas como:

 

¿Quieres salir conmigo esta noche?

La sinceridad de Jacinto afloraba como corcho que salta de botella:

No, hoy tengo que terminar de ver el final de la serie, está buenísima y la verdad no me gustas, le gustas a Fabián.

Así transcurrían los días y las noches de Jacinto llevando a cuestas el pesar de su “don”, no entendía por qué él tenía que cargar con esa cruz, por qué no podía ser “normal”.

Una noche, al doblar la esquina, a escasos pasos de llegar a su casa tuvo una aparición; en la parada de buses estaba la joven más guapa que jamás había visto en su vida, estaba sentada, tranquila, fumando un cigarrillo, cuando Jacinto le pidió fuego y entablaron conversación:

¿Vives por aquí?

No, espero el autobús 5, voy al norte.

Jacinto calculó que ese tiempo sería perfecto para conocerse mejor e inmediatamente le dijo:

Mira que coincidencia, Yo también espero el mismo autobús, será un gusto compartir el viaje contigo.

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