Back To Top

Maratones de series (artículo de costumbres domésticas e imaginarias) Por: Guillermo Gomezjurado

Maratones de series (artículo de costumbres domésticas e imaginarias) Por: Guillermo Gomezjurado

Por: Guillermo Gomezjurado

Desde un principio me advirtió que no veía series y que solo pagaba el netflix porque las paredes eran delgadas y mis visitas podían provocar molestias a los vecinos. Ponía, pues, cualquier cosa en la tele y subía alto, muy alto el volumen. Con este ambiente sonoro compuesto por una confusión de diálogos dispersos, usuales tiroteos o fragmentos de piezas musicales, asistimos, sin ver, al desarrollo de dos temporadas de narcos, a una de médicos y a otra de un grupo que asaltaba un banco.

Pese a mi total desinterés en el contenido de lo que se proyectaba esas veces, debo decir que sí me fijaba en el capítulo en el que dejábamos la serie, cuando nos despedíamos y en qué episodio la retomábamos cuando volvíamos a vernos. Más que una forma de control, ese era mi modo de encontrar cierta continuidad en lo nuestro, de saber que, pese a las intermitencias de la relación, lo que teníamos podía retomarse en un mismo punto común. 

Por algún tiempo, esta situación se desarrolló en orden, hasta que empecé a notar ciertos desfases en el avance de las series. Cada vez que regresaba donde María, me percataba de que retomábamos el visionado con algunos capítulos saltados o ya iniciada una nueva temporada. “Si va a hacer algo así”, me dije una noche, ya en el tope de la indignación, “por lo menos debería tener la delicadeza de elegir una serie diferente cuando el otro venga”. Pero no. Con el tipo, compartíamos aunque en diferentes tiempos no sólo la misma mujer sino una serie común.  

Descubierto el engaño, la verdad es que preferí callar, optando por ver cómo se presentaban las cosas. Es más, pasado el desconcierto inicial y el lógico malestar por un descubrimiento de tal envergadura, de un modo extraño empecé a preguntarme si él también sería consciente de mis visitas nocturnas, si se fijaría, como yo, en la variación de los porcentajes de visionado de las series. Y apenas hube pensado esto fue curioso, sentí mi ánimo remecido por una imprevista y hace tiempo no experimentada voluntad de competencia. 

Lo primero que se me ocurrió entonces fue jugar sucio y desarrollar mis sesiones pulsando como al descuido el botón de fast forward en el control de mando, para que la amplitud de mis visionados impresionara al otro, lo apocaran o le causaran vergüenza, pero era imposible hacerlo sin que María se diera cuenta. Así que no me quedó más que hacer las cosas bien, por el camino correcto, quiero decir, tomándomelas en serio. 

Por ventaja, al poco tiempo empecé a hacer notables mejorías. En cosa de dos semanas, de uno a dos capítulos por visita pasé a tres e, incluso, cuatro, con créditos e intros incluidos, si es que me quedaba a dormir. Todo esto, sin perjudicar el ritmo y desarrollando, por así decirlo, un método que me permitiera un progreso escalonado. Me arriesgaba en sesiones cada vez más exigentes y lo más importante no me dejaba conducir por las preferencias. Era tajante y disciplinado al respecto: a cada postura le dedicaba 4 series de cien repeticiones, con intervalos de descanso de noventa segundos en los que le dejaba a María cualquier iniciativa de movimiento y en los que, además, aprovechaba para preguntarle a ella cómo se encontraba, le soltaba una procacidad, le propinaba un pellizco o me empeñaba en manosearla un poco, estímulos que, a ratos me resultaban incómodos de dar, pero que mejoraban las relaciones interpersonales y, por ende, el rendimiento. 

A todo esto, ¿cómo saber que él se encontraba al tanto de mis visitas, que, en definitiva, yo no estaba entrenando solo o compitiendo solo conmigo mismo? Pues… porque simultáneamente a mis mejorías él también empezó a demostrar avances significativos, aunque sus marcas siempre estuvieran bastante por detrás de las mías, todo hay que decirlo. Así, de un regular visionado de dos capítulos por visita, pasó a bordear los tres capítulos y medio, en promedio. Y esta última semana me sorprendió que haya escalado hasta cuatro capítulos en una sola sesión, algo que me alegra de verdad, pues hubo dos o tres días en la anterior semana en que hizo poco, fueron fechas con un desempeño suyo en general decepcionante. “Vamos”, me decía una noche, en medio de una serie de narcos, como si él pudiera escuchar el agravio que le dirigía de forma imaginaria, “que si no es por mí esta serie no avanza y a ese de tirantes y camisas estampadas no acaban nunca por matarlo”, y la vez siguiente, ya ajustándome la corbata, “a ver si para cuando vuelvo, has logrado que el fulanito este de los bigotes se fugue al fin de la peni”. 

Qué le vamos a hacer, en realidad fue una semana de mala racha para mi compañero, una semana negra, que me hizo pensar con preocupación y cierta desdicha en cuáles serían los factores que le desmotivaban. Y, más allá de eso, estas jornadas me hicieron ser consciente de la precaria situación en la que nos encontrábamos, pues ¿qué pasaría con nuestros entrenamientos si de un momento a otro ella se cansara de esta rutina y se le diera por cortar por lo sano con uno de nosotros?

En fin, la verdad es que trato de no darle mayores vueltas a este asunto para no ponerme gris; lo que intento más bien es pensar en positivo. Me digo, por ejemplo, que aquella mala época ya pasó y que estos días el muchacho no sé por qué, lo he empezado a imaginar con la silueta de un jovencito inestable e inerme, al que puedo ayudar ha vuelto a despuntar, como quien dice, con renovados bríos. Y eso, me digo, es lo que importa, que por ahora tengamos aseguradas algunas sesiones de entrenamiento, aunque la verdad no tengo mucha idea de a qué lugar pueda conducirnos prolongar todo esto.  

Post a Comment