

TUPANANCHISKAMA. HASTA QUE LA VIDA NOS VUELVA A ENCONTRAR / Marcos Vaca Morales
El 31 de agosto de 2276 debía morir. Ese día cumplirá 56 años. Escogió de entre las tres opciones que la Corporación L.U.N.A. le dio para finalmente descansar. ¡Claro!, si su cuerpo resistía.
Desde que le diagnosticaron aquella enfermedad terminal, aplicó al programa ETERNIDAD que promocionaba la Corporación en la Red. Para los adultos mayores era una forma de ser eternos, de perpetuar sus memorias, de no ser olvidados. Los más críticos decían que nada de lo que hacía L.U.N.A. estaba comprobado.
A Mariana le importaba poco el debate público sobre el programa, ella estaba decidida a entregar sus memorias a la inteligencia artificial que replicaría su mente en un inmenso servidor. La promesa es que esa mente vivirá en un paraíso con otras ‘almas’. Faltaban dos meses para su muerte. En ese tiempo también su salud se deterioraba.
De joven fue fuerte, se dedicó a su profesión de redactora de discursos y a los quehaceres de madre. Siempre fue delgada, alta, de manos alargadas, cabello castaño rizado, ojos cafés tristes y labios alegres. Dedicó su vida a su esposo, Arturo, y a su hija Sia. Ambos lloraron al enterarse de la decisión de Mariana. La amaban con la costumbre del día a día.
El seguro social cubría el gasto de ETERNIDAD, y al fin y al cabo, L.U.N.A. gobierna todo el aparato estatal. Se llegó al extremo de la eutanasia tras aparecer nuevamente enfermedades catastróficas e incurables; la IA concluyó que el ser humano prefería no sufrir y que la mente siempre busca nuevos momentos de felicidad.
Era un poco inaudito, porque en la antigüedad la comunidad científica aseguró que el cerebro siempre luchaba por su supervivencia, incluso si el cuerpo se rendía. Pero a Mariana, nada de eso le importó; el 31 de agosto —día de su cumpleaños—, también iba a ser su último respiro físico. De alguna manera, le emocionaba entregar su mente a un algoritmo para que recree una eternidad.
Mariana decidió disfrutar del resto de su vida, tomaba la medicina solo para evitar el dolor del cuerpo; su alma estaba en paz. El 3 de junio viajó a San Jerónimo, un pequeño pueblo en medio de las montañas. Fue en su vehículo autónomo; lo programó para que se detuviera en la carretera, en medio de un bosque de eucaliptos gigantes. Preguntó a la IA si podía descender en la autopista y la voz de SIRI autorizó, tras medir la polución de la vía. “Aire respirable”, sentenció.
Mariana levantó la cabeza, miró al cielo y registró en su memoria cómo las viejas ramas se agitaban con el viento. Murmuró dos palabras y besó un viejo brazalete azul con una cola de ballena que llevaba en su muñeca izquierda. Regresó al auto y ordenó reanudar el viaje a San Jerónimo.
Al llegar, dos horas después, rodaron lágrimas por su rostro. Poco quedaba de San Jerónimo. La vieja arquitectura de las casas era ya una vaga imagen en su mente, y la nueva San Jerónimo lucía llena de luces rosas y celestes, pantallas de publicidad gigantes y condominios unihabitacionales. Mariana buscó la calle San José de La Gasca. Paseó por ahí, lento; le dolían las piernas y también el corazón.
Ingresó a una cafetería, ordenó un expresso en una pantalla sobre la mesa y un suspiro con dulce de mora. Al poco tiempo, un humanoide trajo el postre y Mariana agradeció. Tomó en sus dedos largos el suspiro, lo partió y las migajas blancas cayeron sobre el plato negro, el dulce rojo corrió por su piel. Se metió un trozo y saboreó ese merengue que se diluía en su boca; la mora nadó entre su lengua. Mariana grababa el momento, el sabor, y se trasladó a un instante inolvidable. Nunca le interesó saber cómo se preparan los suspiros o el dulce de mora, pero el día en que se suspendió el consumo de huevo en el mundo, pensó que nadie más los hornearía. En San Jerónimo no han olvidado la tradición y, supone Mariana, hallaron reemplazos artificiales para recrear la receta del merengue elaborado con claras de huevo.
Disfrutó de cada bocado. Tardó casi una hora en terminar. Al final, bebió el café y sonrió. “Es un gran recuerdo”, pensó al salir. Metió su mano en un bolsillo y sacó un chicle, se metió en la boca y pronunció las palabras: “Me gusta su caramelo”, mientras sonrió traviesamente. El sabor agridulce penetró su paladar y su piel se estremeció mientras caminaba por la vieja calle San José de La Gasca. El sensor óptico instalado en su muñeca izquierda emitió una alerta al panel del auto. La frecuencia cardíaca de Mariana estaba muy alta; el vehículo se encendió y buscó a su piloto.
Mariana regresó a la ciudad llena de evocaciones y sensaciones. Su corazón se calmó en el trayecto. Al día siguiente tenía cita en L.U.N.A. Durmió en el camino, no se enteró de que llovió y que en los podcast noticiosos se debatía sobre si los criminales debían ser castigados con los recuerdos de sus víctimas.
El Gobierno propuso que la IA genere imágenes de los asesinados y que los victimarios las vieran en un bucle eterno. La discusión aumentó porque había que mantener vivos a los delincuentes, al menos sus cerebros, y ETERNIDAD simplemente terminaba con la vida física de los seres humanos y se recreaban sus memorias en un ambiente algorítmico. Además, al programa, las personas entraban por su voluntad y eran —en general— buenas almas.
Nada de esto importó a la redactora de discursos. Ella debía cumplir al menos seis sesiones de ‘ingesta’ antes del 31 de agosto. En L.U.N.A. le explicaron que el proyecto funciona a la inversa que un cerebro humano. Al inicio, tenía que rememorar todo lo que quería cargar en el programa, en su ente; una suerte de archivo personal. Después, el servidor se encarga de repetir sus recuerdos y determinar patrones hasta que se consoliden alrededor de su ente y se almacenan en las redes neuronales del ambiente artificial. Finalmente, se codifican para generar una entidad que busca conexiones sociales.
Mariana, y todos quienes ingresan al proyecto, se dedican en sus últimas semanas, primero a codificar las evocaciones que quieren recuperar, para luego almacenarlas y, por último, consolidarlos.
- “Hay un problema”, recalcó el doctor Óscar Fuentes; jefe del proyecto en la ciudad. “La entidad que creas, nace sin vínculos sociales, sin construcciones sociales e incluso creencias o valores, como si fuera una Eva en el edén”.
- “Lo sé”, contestó Mariana. “Pero también sé que con el tiempo, las entidades generan conexiones y por eso me aceptaron en el proyecto”, acotó.
El científico se sintió más tranquilo y prosiguió con las preguntas. Estaban en una habitación blanca, muy iluminada, y decenas de microcámaras registraban las reacciones de Mariana. El médico introducía datos y palabras clave en una pequeña pantalla que tenía la ficha médica de la paciente. Además, marcaba un porcentaje del avance del programa y la fecha de iniciación: 20 de diciembre.
— “¿Sigues con los ejercicios para fortalecer la memoria a largo plazo, verdad?”, inquirió el médico.
— “Sí, respondió ella, viendo fijamente a los ojos de Óscar. Las cámaras apuntaron a Mariana sin moverse.
— “Describe qué haces, por ejemplo”, insistió.
Mariana sabía que era necesario detallar las rutinas para hacer perdurables los pasajes memorables de su vida y que estos puedan ser ‘ingestados’ y, en un futuro, provocar una conexión con otros entes dentro del paraíso artificial.
Antes de empezar la sesión, ella se colocaba una interfaz gris en su frente, como si fuera una diadema de reina. No generaba ningún ruido. “En las mañanas me miro al espejo y pronuncio una frase: ‘Algunas mujeres le temen al infierno y otras nos convertimos en fuego’. Luego me coloco un par de aretes largos, plateados y miro su brillo por un instante. Cierro los ojos y recuerdo la tarde que me los regalaron, sonrío y siento unas manos sobre mi espalda desnuda. Sus dedos acarician mi cabello rizado y yo lo peino. Está mojado y las gotas se atreven a caer por mi espalda. Las caricias abren mis memorias. Me veo en el espejo y sonrío. Pienso en ese caramelo que siempre le ofrecía para provocarle, para que recuerde mi sabor. Me reflejo otra vez en el espejo. Mis dientes son blancos. Sonrío y pregunto casi en murmullo: ‘¿Te gustan mis labios?’, y yo mismo respondo con un recuerdo: ‘Me encanta el lunar que cuida tus labios’ y me los toco indiscretamente. Me calmo. Rememoro más palabras: ‘Los ángeles pusieron ese lunar ahí como señal para que te encuentre cuando reencarne en esta vida’. Sonrío y siento unos brazos que me calientan alrededor del pecho, cierro los ojos para guardar el momento y tratar de escuchar una respiración, un cuerpo que vuelvo a sentir”.
El doctor Óscar Fuentes-Álvarez monitoreaba, en silencio, la grabación. Registraba los signos vitales y el progreso de ‘ingesta’ de información.
- “Veo que entendiste bien los conceptos de memoria semántica y episódica”, concluyó el científico sin levantar la mirada de la pantalla táctil.
- “Usted ya sabe que no es la primera vez que paso por esto”, dijo Mariana y preguntó: ¿Cuántas sesiones más tendré antes del 31 de agosto?
- “Cuatro”, respondió con la finura de científico y se levantó para abrir la puerta de la habitación, mientras que las paredes blancas se transformaron en ventanas digitales con una vista de rascacielos.
- “Sigue la rutina y trata de ubicar otros hitos comunes para que la conexión pueda ser factible”, concluyó y se despidió.
Mariana salió del edificio de L.U.N.A. Había células de gente protestando con carteles táctiles y luces. Se leía: “No jueguen a ser dioses” “Déjennos morir en paz” “La esperanza también debe morir”. “La soledad es una injusticia”.
Desde el debate sobre los castigos para los delincuentes mediante ETERNIDAD, otros grupos sociales se unieron a las protestas virtualmente. Para muchos, el proyecto es una falsa prolongación de la vida, una mentira sobre la esperanza y la soledad. El escándalo se agudizó, varios familiares denunciaron que sus parientes están sumidos en la soledad dentro del ambiente artificial. Nada de esto fue desmentido ni aseverado por L.U.N.A.
Al Corporativo le inquietan otros problemas del proyecto; a la sociedad, en cambio, le preocupa que sus muertos no conecten en el paraíso artificial, que estén solos y que todo sea una farsa. L.U.N.A. elevó los precios de acceso para los familiares que querían monitorear a sus finados artificiales.
ETERNIDAD crea un contexto general, una especie de ciudad que muchos llaman paraíso; pero cada mente puede formar su realidad con sus recuerdos semánticos y con la memoria a largo plazo. Los científicos lograron mecanismos para que durante la ‘ingesta’ se bloqueen las malas evocaciones; así olvidan —por ejemplo— las penas, frustraciones y obviamente la idea de la agonía o la misma muerte. Los delincuentes no podían entrar al proyecto, como tal, a menos que para ellos sus delitos sean hitos memorables, y eso prendía en el debate de la psicopatía.
El concepto de soledad sí es una de las angustias del Corporativo. Han utilizado la misma inteligencia artificial para determinar qué genera la desconexión de los entes; puede ser que el programa genere alucinaciones porque no tiene suficiente data y hace sus predicciones en función de la poca información. La nueva comunidad se quiebra por la falta de creencias y valores comunes.
Es necesario que los habitantes del paraíso artificial conecten con personas que compartan sentimientos, pasiones, amores… El objetivo primordial de L.U.N.A. es evitar las alucinaciones y evitar el caos en el contexto artificial. Es importante la selección estricta de los nuevos habitantes del proyecto, Mariana es una escogida para conectar con Jorge Enrique.
La enfermedad de Mariana es silenciosa y los medicamentos mitigan el dolor. Ella sabe que su cuerpo se debilita, que su rostro pierda luz y que quizás no sobreviva al 31 de agosto. No le importa, ríe al despertar. Trata de llevar una vida normal. Su esposo madruga a trotar y Sia hace su vida universitaria. Ella educó a su hija para que no se dejara atrapar por el sistema, fracasó; Sia se enamoró de la tecnología, asumió la idea colectiva de que estar sola es más fácil que en compañía y así evitar conflictos. Pasa horas y días sin salir de los laboratorios de realidad aumentada de la universidad y solo regresó a casa por unos días después de enterarse de la decisión de su madre.
Arturo y Mariana optaron por vivir bajo el mismo techo, conversar del presente, olvidar el pasado y negarse a un futuro. La casa está casi vacía, solo Saudade corre entre los muebles. La pequeña gata blanca maúlla y pide su alimento. Mariana habla: SIRI, pon la playlist CM3443. Una música antiquísima sonó:
“Hoy me paré a mirar la Luna
Y detuve unos momentos mi carrera a la locura…”.
Saudade entendió que con la melodía vendría su desayuno. Mariana tarareó la canción y sus pies descalzos avanzaron hacia la cocina. Un sensor prendió la cafetera y otro activó un dispositivo que puso un líquido blanco en el plato de la gata. Mariana agregó cereal y colocó el traste en sus pies. Saudade agradeció con una caricia, bebió y comió; mientras su vieja amiga siguió con la canción:
“Miro la Luna y pienso en ti
Miro la Luna y pienso en ti
Pienso en la soledad que ocupa hoy tu lugar
Miro la Luna y pienso en ti”.
Mariana llevaba una bata blanca. Sus cabellos estaban desordenados, trató de recogérselos antes de sorber el café, pero una lágrima interrumpió la rutina.
- “¿Por qué te fuiste antes que yo?”, murmuró. Saudade la miró y se acercó a sus pies para consolarla.
Mariana sabía que ese momento no trascendería, que la melancolía se quedaría en el mundo real, pero que ese instante ayudaría a disparar los recuerdos episódicos. Empezó a evocar aquel bosque en camino a San Jerónimo. La canción seguía sonando y le ayudaba a generar las imágenes.
“SIRI activa ETERNIDAD”, solicitó Mariana, a pesar de que sabía que poco de lo que ese instante pensaba, se grabaría. Sentía melancolía. Tomó una pequeña interfaz gris de un pequeño cajón de la mesa central, se colocó en la frente y oídos. SIRI inició la ‘ingesta’ con la voz de Mariana.
El cielo está estrellado, la Luna está detrás del bosque y corre viento, lo siento en el rostro. Escucho una voz que me dice: “Cada vez que mire la Luna pensaré en ti, incluso cuando ya no esté, cuando mi condición quiera olvidarte”. Debajo del bosque veo una carretera que me da felicidad; sé que estoy en camino a San Jerónimo. Llego al pueblo, y suenan unas viejas campanas. Mi cabeza me repite que nunca las he escuchado en la vida real, pero Jorge Enrique me contó la historia de sus antepasados, de cómo era el pueblo de sus padres, abuelos, bisabuelos y de los antepasados de la gente que cura. Lo miro mientras habla, lo admiro, lo espero. Él es médico, está en su consultorio, atiende a niños, ancianos, mujeres embarazadas. Estoy detrás de su escritorio, le tomo su mano, estoy nerviosa porque no quiero que alguien nos encuentre, le digo que lo amo. Él no replica y sonrío. Le insisto en que me responda y él se niega: “Esas palabras pueden hacer que mi mente explote”, sonríe. Río con él y me levanto a besarlo en la frente.
Una lágrima corre por su rostro. Dice que teme olvidar esos momentos. “¿Por qué?”, le pregunto y explica: “Por el gen. Aumentaron las copias y la proyección de mis colegas es que de a poco pierda la memoria y con los años pierda hasta la facultad de pensar”. Le pregunto si la tecnología puede hacer algo y dice que no. Nada ha vencido al Alzhéimer, solo la posibilidad de que en algún momento se puedan guardar los recuerdos de los seres humanos en un proyecto que desarrolla la empresa L.U.N.A. Lo veo tranquilo, a pesar de que existe la idea de que toda su vida pudiera borrarse de su mente; incluida yo. Me pide que no llore, que no genere un momento triste, que ahora piense en que trabaja con niños y ancianos para recuperar viejas tradiciones; para ejercitar la memoria colectiva, para contarnos cuentos de nuestros ancestros. ¡Sabes, me dice, es bueno rodearse de personas que te alegren el corazón! “Es entonces y solo entonces que estarás en el país de las maravillas”, ríe otra vez y me pide algo: “Ven a vivir conmigo y con mi gata” y quiero decirle que sí cuando…
Un extraño interrumpió la ‘ingesta’. La interfaz detuvo el proceso, los sensores se desactivan al percibir intrusos. Arturo regresó de su caminata. Descubrió a su esposa en trance. “Lo siento”, atinó a decir con algo de enojo. Mariana tomó la interfaz y la guardó. No respondió.
Los esposos se llevan bien. Las heridas de la pareja nunca se perdieron, tampoco fueron lo suficientemente fuertes como para arruinar su vida. Se acostumbraron a olvidar las razones que les unió. La enfermedad de Mariana solo causó un alivio en ellos, como si supieran que seguir vivos no era vivir.
El día que Jorge Enrique murió, Arturo la abrazó. Nunca pidió una explicación ni reprochó la relación de su mujer con el médico. Ella evitó llorar en su presencia, pero no pudo contenerse al recibir la pequeña ánfora con sus cenizas, la interfaz de ETERNIDAD y una nota que decía: “Los campos. El olor a pasto crecido, recién cortado. Lo que se espera de un poeta lírico. Miramos el mundo una sola vez, en la infancia. El resto es MEMORIA”. Louise Glück
En la ánfora, además, llegaron unos pétalos disecados de una orquídea lila y una pulsera celeste con una ballena. Mariana leyó y dejó libres a sus lágrimas: “El resto es memoria”. Tomó en sus manos la vieja flor que se deshizo de un suspiro. Supo que ese era su llamado para unirse a ETERNIDAD.
El doctor Enrique Morales fue uno de los primeros voluntarios en sumarse al programa experimental. Aceleró la ‘ingesta’ porque su enfermedad progresaba. Murió joven, pidió que su cuerpo sea desconectado a los 58 años y 8 meses, un 3 de abril, a las 19:34. Estuvo solo, en una habitación de paredes blancas. En su testamento pidió que reprodujeran una canción desconocida: Fly me to the moon; aunque él no tenía memoria para saber la razón de su melancolía, muchas sensaciones se habían ido de su cabeza. El olvido ganó al tiempo y las buenas memorias eran ya artificiales. Se fue al paraíso de ETERNIDAD con una sonrisa.
Hubo un funeral, muchos meses antes de su muerte. Jorge Enrique pidió que su gente de San Jerónimo asistiera. Quería recordar ese adiós con alegría. El salón blanco tenía pequeños ramos de orquídeas lilas. Cada que alguien soltaba una lágrima y le abrazaba, él pronunciaba una antiquísima palabra de un idioma ya olvidado: tupananchiskama. “Recuerden que aprendimos que en esta tierra significaba ‘hasta que la vida nos vuelva a encontrar’”, decía. Se sirvió una pambamesa, como hace siglos no se hacía en el pueblo. Los amigos se acercaron al mantel sobre el suelo y comieron con sus manos. Así había leído el médico que durante decenas de años los lugareños celebraban la solidaridad. Muchos alimentos se extinguieron sin dejar huella. La Corporación L.U.N.A. investigaba la reproducción artificial del maíz, por ejemplo, y pocos recordaban su sabor.
Mariana llegó en el momento de las palabras para ofrendar la vida del doctor. Él la vio, sonrió, sacó un papel escrito a mano porque Jorge Enrique ya olvidaba mucho y anotaba todo. Leyó sus palabras:
“Hace muchísimos años, tantos que ya no se recuerdan, nosotros, nuestros padres, nuestros abuelos, empezaron a olvidar lo bello de esto. De reunirse para vivir en sociedad. Muchos rituales se olvidaron. Si el mismo ritual de la muerte se olvidó; imagínense el de la vida. Las parejas se conocen por la Red, se juntan y los cuerpos no se aman, la gente vive en soledad en las ciudades; todos frente a una pantalla. Miren lo duro que es todo esto que yo —que casi todo lo olvido—, ahora lo recuerdo. Les pido en esta fiesta inolvidable que no dejen morir la vida. Leí en un viejo libro que he recordado sin remedio toda la vida: ‘Miramos el mundo una sola vez, en la infancia. El resto es memoria”.
Los años pasaron. Se descubrió cura para muchas enfermedades, especialmente para aquellas de transmisión sexual; aunque ya hay pocos pacientes. La soledad es una dolencia más generalizada. Las entidades también están solas, no conectan dentro de ETERNIDAD. Los científicos desarrollaron redes neuronales artificiales inspiradas en el cerebro humano para almacenar y recuperar recuerdos, pero necesitan activarse con hitos memorables y sociales. Los ejecutivos y científicos de L.U.N.A. tienen problemas.
Las protestas aumentaron en el mundo en contra de ETERNIDAD. Los familiares de las decenas de miles de entidades lograron que las manifestaciones virtuales (que antes no preocupaban al Corporativo) sean callejeras. Exigían que se suspendan las ‘ingestas’ y que los criminales no sean tratados inhumanamente. Pedían una muerte digna para todos. Les asustaba el estado mental en soledad, en el paraíso virtual; pero muchos manifestantes, al regresar a casa, para relajarse, se conectaban a dispositivos y así olvidar los problemas de la realidad.
Mariana decidió avanzar con su proyecto. La ‘ingesta’ de sus recuerdos concluyó y el 30 de agosto del 2276 fue al bosque, camino a San Jerónimo, para ver por última vez el movimiento de las hojas de los árboles de eucalipto y recibir el viento en su cara. Sus signos vitales fueron siempre monitoreados por su hija desde un ambiente de realidad aumentada.
De regreso a la ciudad, Mariana pidió que la inteligencia artificial reprodujera la lista de reproducción CM3443. Eran las 15:29. SIRI aceleró su retorno. Mariana moría. Ella, débilmente, tarareaba una vieja canción:
“Cuando pienso en ti. Tu cuerpo en mi cuerpo vuelvo yo a sentir. Cuando pienso en ti”.
Mariana se fue al paraíso pensando en él, besando el brazalete azul de ballena, recordando el sabor del suspiro y el caramelo en su lengua, pronunciando tupananchiskama, buscando la calle San José de la Gasca para que le guíe a ETERNIDAD y con la esperanza de que los vivos no la maten.