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LIBERTAD EN LA OSCURIDAD

LIBERTAD EN LA OSCURIDAD

Por: Mercedes Jarrín Molina

Tenía la certeza de que nada ni nadie la iban a ayudar. Laura huyó de casa a los doce años, ya no soportó el abuso al que su padre la sometía, su madre simplemente miraba a otro lugar, no escuchaba, en realidad sólo respiraba, respiraba lento como si el aire le fuese mezquino, no le quedaba fuerza ni para vivir, peor para defender a su única hija. Laura entendió a su corta edad que su salida era huir, y así lo hizo, tan lejos como sus fuerzas de adolescente le permitieron; el refugio que encontró fue la calle, con otras jóvenes como ella, sin familia, sin recuerdos, y quizá era mejor así, porque los únicos que tenía solo hacían que el corazón quisiera salirse del pecho por tanto dolor.

 

En esa nueva vida había otros peligros, estaban siempre al acecho bandas organizadas para el tráfico de blancas, conocidos en las calles como “muerte lenta”, Laura sabía que si se descuidaba sería raptada y vendida para prostituirla y nunca más vería la luz, era un secreto a voces que nadie se atrevía a revelar. Nuevamente en su vida, se encontraba con personas que no tenían la suficiente fuerza para vivir y menos para proteger a otras, la diferencia era que en ese bando estaba ella, sola y desprotegida, una vez más. Se dedicaba a sobrevivir convertida en una ladrona común, robando comida, una que otra billetera y lo que se le cruzaba por el frente, eso sí, siempre atenta a que la robada no sea ella; así transcurrieron ya dos años, su cuerpo cambió, ya lucía como una mujer, detalle que la hacía aún más apetecida.

 

Una noche mientras dormía en un callejón sucio y maloliente, en compañía de dos jovencitas más, sintió que unas manos toscas y grandes cubrían su boca y nariz, impidiendo que gritara, y con dificultad podía respirar, era tan fuerte ese hombre o tan débil ella que pronto dejó de luchar, y  al ser sometida, Laura y sus dos compañeras fueron llevadas amarradas pies y manos, amordazadas y con una gruesa cinta que cubría sus ojos; desde ese minuto la oscuridad nuevamente ingresó a su vida, esta vez era diferente, la oscuridad que la invadía la llevaba a recordar la infinidad de veces que, de niña, cerraba los ojos para evitar mirar a su padre tocarla, besarla, ella cerraba los ojos para imaginar que no estaba allí, que eso que tanto aborrecía no le estaba pasando, odiaba la oscuridad más que a nada en su vida, porque a su mente venían esos recuerdos que no podía evitar… la más tenebrosa y angustiosa oscuridad.

 

No tenía idea de donde estaba, no sabía si sus compañeras estaban allí, sólo escuchaba sollozos, no distinguía si  eran ellas u otras desdichadas que  habían caído en esas manos toscas y fuertes, manos con olor a hierro oxidado que solo de pensarlo le provocaba náuseas, que tenía que controlar pues estaba amordazada, pero su estómago no lo sabía y hacía un esfuerzo extremo para evitar devolver la triste cena que compartió con sus compañeras: prefería volver a esas horas y recordar que el pan estaba duro, sin embargo disfrutó las semillas de anís que tenía por su dulce sabor, dejándolas en su lengua por largo tiempo para disfrutarlas con calma, y esas frutas para nada frescas, de hecho en el punto justo de botarlas a la basura, se concentraba en saborear nuevamente esa manzana ya arenosa, pensaba en cada mordisco y se arrepentía de habérsela comido tan rápido, fueron a lo mucho tres mordidas que venían a su mente, si hubiera sido menos apurada tendría más mordidas por recordar, pero no era así; se enfadaba con ella misma y al mismo tiempo se perdonaba, recordando que el hambre que tenía era poderosa y requería con urgencia que ese pan duro y seco con escazas semillas de anís y esa manzana a punto de podriste entren a su boca, pasen por su esófago y lleguen a ocupar un puesto en ese vacío estómago; esa era su primera comida del día, en verdad era urgente, si hubiera sabido que horas más tarde sería el recuerdo que le permitía olvidar el olor de esas manos asquerosas, se lo hubiera tomado con más calma.

 

Por más que se esforzaba por tratar de abrir sus ojos no lograba ver nada, todo era absoluta oscuridad, sólo sollozos, pasos, voces de al menos tres hombres, pisadas apresuradas, se insultaban entre ellos porque al parecer necesitaban el doble de chicas de las que habían conseguido y la iban a pasar mal ante sus jefes. Según los cálculos de tiempo de Laura, debían ser las 4 de la madrugada, hacía un frío que calaba en sus escuálidos huesos; ella no lloraba, pensaba que era suficiente el llanto ahogado de sus compañeras. El sonido del viento golpeaba lo que podía ser una ventana mal cerrada con visillos que rechinaban, solo quedaba esperar… la única certeza que tenía era que nadie la iba a extrañar, por lo tanto su destino estaba echado, volverían los sentimientos que le invadían cuando niña, con la diferencia que sería tocada por otras manos, sentiría otros alientos, pero el mismo dolor y repugnancia, al pensar en esto no podía evitar que lágrimas comenzaran  a rodar por sus mejillas y llegaran hasta su descubierto pecho, no cesaban, ella pensaba que ya no tenía más lágrimas, al parecer estaba equivocada.

 

Hacía un gran esfuerzo por sentarse y acomodarse lo mejor que podía, tenía las piernas y brazos amortiguados y su vejiga a punto de estallar, sus raptores parecían adivinar y con bruscos movimientos la pararon de un solo tirón, desataron sus pies, manos y descubrieron su boca, fue dirigida al baño, ella sabía que era otro sitio por el olor diferente, lamentablemente éste era peor que el de la habitación, su olfato conocía de memoria los baños públicos y por la hedentina tenía meses sin asearse;  con sus manos adivinó donde podía sentarse y desahogar a su vejiga, desagradablemente tocó una superficie mojada, se resignó y ante los gritos estridentes de sus captores, orinó… fue un placer que aún pudo sentir. Mientras tocaba sus adoloridas muñecas escuchaba como a rastras llevaban bultos, deducía que eran sus compañeras por los gemidos, e inmediatamente la puerta fue cerrada con fuerza, advertía que estaba sola; a ella la soledad no le asustaba, ya que en su corta existencia siempre se sintió así, lo que sí le aterraba es lo que le esperaba, de lo que huyó, no quería volver ahí.

Aprovechó que estaba desatada y trató desesperadamente de quitarse esa venda pegada a sus ojos, pero no podía, estaba muy sujeta, era imposible, se dio por vencida y comenzó a tientas a buscar algo que pudiera ayudarla, por más que utilizaba sus manos para no golpearse, sus pies tropezaban con muebles y cajas, cayó pero en seguida volvió a pararse, sabía que no tenía mucho tiempo, sus manos  encontraron unas botellas, diferentes tamaños de frascos, unos más pesados que otros, sacó su contenido y palpó diferentes tamaños y texturas de pastillas, cápsulas, no tenía idea de lo que eran, lo que venía a su mente es que si tenía suerte, serían su libertad; sin pensarlo mucho comenzó a ingerir todo lo que se le cruzaba ante sus manos, le resultaba difícil porque al abrir la llave de agua solo pequeñas gotas cayeron, indeclinable en su labor continuó, controlando con su mente la náusea que le provocaban, se repetía a sí mismo, -“nunca volveré a estar en la oscuridad, nunca volveré a estar en la oscuridad”-. No llevaba la cuenta de cuantas pastillas y cápsulas ingirió, solo estaba pendiente de que la puerta no se volviera a abrir, sabía que la siguiente sería ella; al fin, sus manos ya no encontraron ningún frasco, todos estaban vacíos, tambaleante salió del baño y se acurrucó en un rincón, solo quedaba esperar.

 

No demoraron mucho en aparecer los primeros síntomas: un dolor como un puñal atravesando su estómago, sudoraciones en todo su cuerpo, sabía que no podía quejarse y dar señales de su estado, simplemente mordía parte de su camiseta y se abrazaba el estómago; seguía en tinieblas… pero era diferente, esas sombras que estuvieron presentes a lo largo de su vida desaparecieron, ya nunca regresarán a darle desconsuelo, tristeza o abandono, la oscuridad finalmente trae a su vida lo que siempre quiso: paz, seguridad; finalmente Laura será libre.

 

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